Brasil es el principal vendedor
Lo que hasta hace poco parecía un escenario improbable, hoy es una realidad con datos duros: entre enero y abril de 2025, ingresaron al país 4.700 toneladas de carne vacuna, principalmente desde Brasil. El dato no es menor. Más allá del número, plantea una pregunta que golpea el orgullo agropecuario nacional: ¿cómo llegamos al punto de importar carne, en un país que fue y sigue siendo una potencia ganadera?
Factores que erosiona la producción
La sequía de los últimos ciclos, la liquidación anticipada de vientres y un clima económico poco amigable para invertir en ganadería dejaron secuelas visibles. La oferta local no logra responder a la demanda interna, y eso abre la puerta a la importación. A esto se suma un ingrediente menos visible pero igual de corrosivo: el atraso cambiario. En un esquema donde el tipo de cambio oficial se mantiene pisado frente a una inflación que avanza sin pausa, algunos cortes resultan más accesibles si se compran afuera. Paradójicamente, a pesar del altísimo costo país, importar carne a tipo de cambio oficial puede ser más barato que producirla aquí. Un sinsentido que ilustra hasta qué punto se distorsionó la economía.
El principal origen de estas compras es Brasil. No solo por cercanía geográfica, sino por competitividad. Con costos más bajos y una política exportadora agresiva, el país vecino abastece a frigoríficos argentinos que encuentran dificultades para sostener la faena con oferta nacional. Sin embargo, esta carne importada no se traduce en precios más bajos al consumidor. El traslado de costos y márgenes en cada eslabón de la cadena sigue intacto, y eso genera tensión tanto en el mercado como entre los actores del sector.
La necesidad de importar carne no es solo una rareza estadística. Es una señal de alarma que expone la fragilidad de un modelo que fue modelo. Especialistas coinciden: si no se revisa el esquema de incentivos, si no se recompone la ecuación económica del productor y si no se estabiliza la macro, el fenómeno podría repetirse -y agravarse. Más allá del impacto simbólico, la importación de carne refleja una economía desequilibrada y un sistema productivo que necesita con urgencia reglas claras, previsibilidad y políticas de largo plazo.
Por: Redacción